Según el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastorno Mentales) el Trastorno Antisocial de la Personalidad se caracteriza por un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás, que comienza en la infancia o en la adolescencia y continúa en la edad adulta.
El Trastorno Antisocial de Personalidad correspondería al delincuente habitual, poseedor de un historial delictivo prolongado, que vive inmerso en un ambiente marginal. Con tales circunstancias es típico el consumo de alcohol y drogas, la promiscuidad, una vida laboral muy precaria, el deseo de vivir situaciones de riesgo y, por supuesto, ese patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se concreta en la comisión de delitos, el engaño y la mentira frecuente (Garrido, 2000, págs. 100-101).
Como vemos, estas conductas antisociales también son esenciales en la psicopatía. La diferencia está en que sólo se atiende al marco conductual, es decir, no implica dimensiones de personalidad. La psicopatía se define por un conjunto de rasgos de la personalidad y conductas socialmente desviadas. No podemos suponer entonces, que todos los que cumplan los criterios para el diagnóstico de Trastorno Antisocial de la Personalidad sean psicópatas (Garrido, 2000). Los criterios diagnósticos del trastorno antisocial de la personalidad identificarían a los delincuentes subculturales o delincuentes de carrera, que pueden o no presentar desajustes en su base de personalidad de tipo psicopático (Muñoz Vicente, 2011).
Algunos autores han propuesto que los individuos que presentan un comportamiento antisocial crónico no tienen por qué ser necesariamente psicópatas (Lykken, 1984; citado por Moltó et al., 1997, p. 47). Así, el 90% de los psicópatas que se encuentran en las cárceles cumple los criterios para el Trastorno de la Personalidad Antisocial, pero sólo entre un 20% y un 30% de los sujetos diagnosticados de ello, son psicópatas (Hare 1983, 1991; Hart y Hare, 1989; citado por Moltó et al., 1997, p. 51).
Si nos adentramos en lo que subyace al comportamiento de la mayor parte de los reclusos de cualquier institución penitenciaria, hallaremos un código moral, no necesariamente el código normal de la sociedad, pero si un código, con sus normas y prohibiciones. Esos delincuentes aun no siguiendo algunas reglas y valores de la sociedad pueden seguir las reglas y valores del grupo al que pertenecen (Hare, 1993).
Este código moral no lo encontraremos en los psicópatas, ya que carecen de determinadas características que no lo hacen posible como:
- Pocas aptitudes para experimentar respuestas emocionales, como el miedo y la ansiedad. Los castigos poseen pocos efectos a la hora de disuadir la conducta (Hare, 1993).
- Un “lenguaje interior” carente de componente emocional: la conciencia depende no sólo de la habilidad para imaginar consecuencias, sino también de la capacidad mental de “hablar con uno mismo” (Hare, 1993, p. 52).
- Poca capacidad para imaginarse mentalmente las consecuencias de su conducta (mentalización) La imagen mental de las consecuencias que causarán sus acciones en la víctima es especialmente borrosa (Hare, 1993, pp. 52-53).
En cuanto a lo dicho anteriormente sería acertado plasmar los resultados de una investigación en la que se sometió experimentalmente a prueba la hipótesis de un déficit en el procesamiento de la información emocional en los psicópatas. La muestra se tomó de internos del Centro Penitenciario de Castellón (Moltó, et., al, 1997).
Los resultados de este estudio mostraron que:
- Lenguaje expresivo-evaluativo de la emoción: Los psicópatas encarcelados no se diferencian de otros delincuentes en el lenguaje expresivo-evaluativo de la emoción quizá por la facilidad con la que se puede falsear, quizá debido a la capacidad de estos sujetos para apreciar y reproducir el significado literal de los términos afectivos (Moltó et al., 1997, p. 155).
- Patrón de reactividad autonómica: Los psicópatas tampoco difieren de otros internos penados en las reacciones fisiológicas directas ante los estímulos complejos empleados para inducir emociones en el laboratorio (Moltó et al., 1997, p. 155).
- Patrón de modulación emocional del reflejo de sobresalto: Este patrón se observa en las fases finales del procesamiento de la información afectiva (zona de afecto). Los resultados de esta investigación arrojaron que los psicópatas no presentaron una potenciación de esta respuesta ante las imágenes desagradables, lo cual pone de manifiesto que no existe una modulación emocional de este reflejo que habitualmente suele aparecer en esta zona de procesamiento cuando se trabaja con poblaciones normales (Moltó, et al., 1997).
- Patrón de modulación atencional del reflejo de sobresalto: Este patrón se observa normalmente en las fases iniciales de la percepción emocional de imágenes (zona de prepulso). Los resultados denotaron que no existían diferencias entre los internos en el procesamiento de material afectivo en función del grado de psicopatía, y el patrón de modulación del reflejo de sobresalto que presentan no corresponde a uno de carácter atencional. Esto es, no existe una mayor inhibición en los internos en la respuesta de parpadeo ante las diapositivas activadoras (agradables y desagradables), fenómeno que con frecuencia se observa en poblaciones normales (Moltó, et al., 1997).
Los resultados de esta investigación ponen de manifiesto que las conductas antisociales no necesariamente tienen que estar motivadas por una personalidad psicopática. La psicopatía además de manifestarse llevando a cabo conductas delictivas, también se manifiesta por una carencia de vínculos relacionados con la incapacidad afectiva en su relación con los demás. Esto último no se da en el Trastorno Antisocial, pues como dijimos anteriormente, a pesar de no seguir en muchas ocasiones las normas establecidas en la sociedad, si suelen tener un código moral con el grupo al que pertenecen.